La creación magnífica
Por Andrés Gutmar
En este espacio, lo más importante es el asombro. Ese mismo que cuando éramos niños, nos envolvía y despertaba nuestra imaginación y creación, para convertir nuestro mundo en un infinito catálogo de cosas por descubrir.
Pero también quisiera intentar darle un espacio a la reflexión, y poder manifestar mis preguntas que son muchas, para intentar dar una opinión y abrir un breve canal al conocimiento que nuestros increíbles antepasados nos han legado a lo largo de 7 millones de años de evolución; desde Lucy la australopithecus afarensis hasta la era de la física de partículas y las supercuerdas, y que convierte al mundo, a la vida y al Universo en un acontecimiento único, que supera siempre nuestro raciocinio.
Pero sin duda, todo es una opinión personal.
No necesitamos ser científicos o filósofos para conservar nuestra capacidad de asombro ante el mundo natural y el misterio de su creación y perfección. Si tenemos la capacidad de olvidarnos por unos momentos de nuestras propias limitaciones mentales preconcebidas como el estrés, la rutina o el hartazgo y todo aquello que nos encapsula muchas veces en restricciones mentales sin sentido, entonces podríamos seguir sorprendiéndonos con todo lo que la vida nos ofrece, sin hacernos creer que lo único que existe es nuestra visión egocentrista del universo.
Te invito a viajar al asombro por lo que puede resultar inimaginable, increíble o asombroso, y al mismo tiempo, utilizar ese conocimiento para despertar nuestra conciencia sobre el lugar que creemos representar en el Universo y la creación.
La biología te da un cerebro, la vida lo convierte en mente
Jeffrey Eugenides
El cerebro humano no sabe distinguir
En los países deportivamente más desarrollados, los atletas de alto rendimiento –como los gimnastas o los nadadores- son sometidos a intensos entrenamientos donde sus capacidades físicas son exigidas al máximo y su mentalidad se empodera con cada esfuerzo. Sin embargo, este no representa su único entrenamiento, porque después de fortalecer al cuerpo, también deben de fortalecer a su cerebro y a su mente.
Estos atletas son expuestos a terapias de alta tecnología en donde se les colocan electrodos especializados en regiones predeterminadas de su cabeza para poder medir su actividad cerebral. Después se le pide que, cerrando los ojos, imaginen una competición perfecta, en donde sus rutinas sean desarrolladas con la mayor prestancia, coordinación y fuerza posibles, concentrándose solamente en visualizarse llevándola a cabo con todo el alto desempeño y éxito de que ellos son capaces.
Su actividad cerebral entonces es monitoreada con precisión, lo que deja como resultado un hecho sorprendente: al momento que el atleta comienza a imaginar todas estas rutinas en su cerebro, son activadas exactamente las mismas áreas cerebrales y los mismos procesos neuronales que se llevan a cabo cuando se está teniendo la actividad física de alto rendimiento en una competencia atlética. Es decir, el cerebro no distingue la actividad física de la actividad puramente mental; para él, es lo mismo imaginar que actuar.
¿Qué nos puede decir todo esto?
La gran pantalla de la realidad
Según estos resultados, significa que tenemos la posibilidad de poner cualquier pensamiento en nuestra mente y posteriormente saber qué si logramos condicionarlo el tiempo suficiente, nuestro cerebro finalmente podrá interpretarlo como cierto, creando una red neuronal. Y entonces, estaremos elaborando una creencia sobre un aspecto en particular de nuestra vida. Como en los atletas, en nuestro cerebro también se activan las mismas redes neuronales cuando creemos que algo es cierto para nosotros y tarde o temprano nuestra realidad nos lo reflejara, manifestándose en nuestra vida para bien o para mal.
Las creencias que tenemos coleccionadas a lo largo de nuestra vida sobre el todo que somos, es lo que fielmente sentimos y vivimos en ella el día de hoy.
La otra buena alimentación
La vida demanda muchas veces estar preparado para vivir situaciones que ni siquiera pensamos que podrían sucedernos. Cuando aparecen los inevitables retos y pruebas es necesario tomar las mejores decisiones con respecto a nosotros mismos, pero normalmente equivocamos el enfoque y priorizamos la ira, la necesidad de tener la razón o el egoísmo entre otros muchos sentimientos negativos que damos como válidos y que solo nos auto justifican al momento de ser y vivir así precisamente. Entonces sentimos que la contraparte es la culpable, asumiendo que somos víctimas de esas circunstancias.
Por ejemplo, si a una persona le chocan su auto, podrá asumirlo como un patrón de temor a que vuelva a suceder o bien, como un evento aislado. Si decide por la primera opción, cualquier circunstancia sumara hacia que vuelva a suceder, porque así justificara su creencia. Y entonces vuelve a suceder. Víctima o no víctima. Es un loop en en tiempo, una señal para un cambio.
Las diversas reacciones e interpretaciones que desde que nacemos vamos eligiendo y lo más importante, creyendo en ellas, es el alimento que le damos a nuestro cerebro para que sus neuronas creen nuestra realidad.
El cerebro humano es una creación del Universo, por lo tanto, puede responder a sus frecuencias mas poderosas al sintonizar con ellas. Pero hay que elegirlas bien.
Permitir entrar y quedarse en nuestro cerebro a las frecuencias superiores de la creación, como la del amor, la compasión, la alegría o el optimismo, potencializa al cerebro para que lo que esté en esa misma frecuencia, pueda ser manifestado en nuestra vida.
Nuestro cerebro, después de 7 millones de años de evolución humana aún no puede distinguir entre la realidad y el pensamiento. Seguramente esto se debe a que está exquisitamente diseñado para que le ayudemos a manifestar en el plano físico, el producto del alimento que le ofrecemos diariamente.
Se dice que el cuerpo humano es solo el medio de transporte de esta maravillosa máquina fabricadora de realidades para que se mueva de un lado a otro. Somos nuestro cerebro porque hasta él fabrica la realidad de nuestro cuerpo.
Hablemos de miles de millones
El cerebro humano, la máxima creación conocida del universo (se puede o no estar de acuerdo) posee entre 85 mil millones y 100 mil millones de neuronas y cada neurona en nuestro cerebro se comunica, al menos, con otras siete mil neuronas (conexión sináptica) siendo capaz de recibir simultáneamente, cientos de miles de impulso eléctricos por cada segundo.
Se estima que en el cerebro humano adulto hay por lo menos 1019 conexiones sinápticas (aproximadamente, 100 trillones). En los niños puede alcanzar los 500 trillones y este número disminuye con el paso de los años, estabilizándose en la edad adulta.
El tejido neuronal y sus conexiones sinápticas nos muestran cantidades que son inconmensurables. Nada en el universo conocido hay semejante.
Y para comparar, podemos decir que ni siquiera la cantidad de estrellas en una galaxia se asemejan a estas cantidades. En éstas, las más grandes estructuras conocidas en el universo, se calcula una población que puede fluctuar entre los 400 mil millones y los 1,000 millones de estrellas. Y para poder igualar el número de conexiones sinápticas en un cerebro humano, necesitaríamos al menos 100 millones de galaxias, cada una con un mínimo de 500 mil millones de estrellas. Y podemos decir que 100 millones, son nada menos que el número de galaxias cartografiadas en el universo conocido.
Fábrica de realidades
Sin embargo y a pesar de estos astronómicos números encerrados en el cráneo humano, por décadas se afirmó que el mismo metabolismo y naturaleza neuronal impedía a la neurona reproducirse o regenerarse. Ahora se sabe que la neurogénesis es posible, aunque la cantidad de neuronas nuevas o regeneradas durante toda nuestra vida, es inmensamente menor a la cantidad con la que ya nacemos. Se podría pensar que la neurogénesis se da por excepción.
Hablar del cerebro humano, es hablar de los más increíbles procesos químicos, eléctricos y fisiológicos conocidos. Es una máquina increíble para fabricar realidades y vivir en ellas.
Podemos procesar todos los pensamientos, pero solo quedarnos con aquellos que sean los más poderosos y de frecuencias más altas, ya que podemos darnos cuenta de lo que nuestro cerebro y sus inimaginables números de células entretejidas y conexiones sinápticas pueden lograr con las creencias con lo que lo alimentamos.
Y el viaje continúa…