Nuestra historia parece comenzar un viernes 9 de diciembre de 2005. ¿Lugar? El Rancho Las Chinitas. Pero gracias a la magia de la televisión, el lugar también era la casa de millones de mexicanos que como todas las mañanas lo primero que hacían al despertar era poner el noticiero. Un ritual con el cual ya no estamos familiarizados, pero que por aquel entonces era casi obligado. Sólo había de dos sopas: o Televisa o TV Azteca. En Televisa el noticiero era Primero Noticias, conducido por Carlos Loret de Mola, un personaje que hasta hoy aparece constantemente en los medios de comunicación, con todo y que este no sería el único escándalo en el que su nombre aparecería. 

Pablo Reinah fue el reportero que tuvo lo que en ese momento parecía buena suerte de tener la oportunidad, que más tarde se revelaría como error, de hacer el enlace en vivo desde el Rancho Las Chinitas para la empresa en la que trabajaba, Televisa. Buenos o deficientes, estructurados o de usos y costumbres, pero cualquiera que haya trabajado en un medio de comunicación, sabe que existen protocolos que cumplir antes de hacer cualquier cobertura, sobre todo si está implica en sí misma su publicación, lo cual evidentemente ocurre con un enlace en vivo. Todos sabemos que los reporteros no se mandan solos. 

Esa mañana, según relata Pablo en su libro, lo despertó una llamada de Luis Cárdenas Palomino, director general de Investigación de la Agencia Federal de Investigación (AFI) y brazo derecho de Genaro García Luna. “Tengo una noticia que vale la pena cubrir”, aseguró el funcionario. No hubo muchos detalles, pero sí los suficientes para que Pablo después obtuviera el visto bueno del conductor de Primero Noticias, Carlos Loret: se trataba del desmantelamiento de una banda de secuestradores que incluía a una mujer francesa. Con la autorización de sus superiores para realizar la cobertura, Pablo cuenta que se trasladó hacia el rancho junto con su equipo de camarógrafos y técnicos. 

Lo que sería transmitido por el noticiero de Televisa…. y el de TV Azteca sería después relevado como un montaje, una recreación. La historia en realidad no iniciaba ese viernes 9 de diciembre, sino un día antes. Las autoridades habían decidido invitar a los medios de comunicación no al desmantelamiento de una banda de secuestradores, sino a una bonita escenificación digna de un reality show. Los efectos que este montaje tendría, así como su posterior revelación como tal, aún continúan persiguiéndonos.

La historia empezó mucho antes, pero decidí iniciar esta participación resumiendo lo que Pablo nos cuenta sobre las llamadas previas a su traslado al Rancho. Por un lado, una llamada de un funcionario que avisa de una posible gran nota y por otro, una con un jefe del medio de comunicación. No cualquier autoridad y no cualquier medio de comunicación. Hablamos de la AFI y de Televisa. Estas llamadas, habituales para cualquiera que cubra temas que por su naturaleza están envueltos en la inmediatez, como desastres naturales, explosiones, accidentes y crímenes con violencia, inician el camino por el cual Pablo tendría que continuar transitando por años, sólo que la relación ni con la AFI ni con Televisa seguiría siendo de apoyo, sino todo lo contrario. El reportero no se manda solo, pero… que curioso…. sí se le deja solo. 

En su libro, Pablo nos cuenta cómo tras la revelación de que el supuesto operativo que cubrió aquella mañana en realidad se trataba de un montaje, revelación que por cierto se dio en un programa periodístico también de Televisa, las culpas y señalamientos se dirigieron contra él y la empresa y la autoridad que habían solicitado y aprobado su trabajo, le dieron la espalda y se dedicaron a lavarse las manos con él. 

A lo largo de sus páginas, en el libro se hace un resumen del caso Florence Cassez y de cómo la travesía de Pablo por limpiar su imagen eventualmente terminó siendo parte del expediente que ayudaría a salir de la prisión a Cassez. Tras su salida de Televisa, Pabló se acercó a la CNDH, por sugerencia del brazo derecho de López Dóriga, para interponer una queja en contra de la autoridad por violaciones a su derecho a la información, lo cual afectó su imagen y honorabilidad. En un ir y venir de escritos y trámites burocráticos, finalmente el Director General Adjunto de Asuntos Jurídicos de la AFI aceptó por escrito que no se había informado a Pablo que la detención de las personas había ocurrido antes de su llegada, descartando así que Pablo hubiera sabido del montaje o peor aún, que él lo hubiera solicitado, como la declaración de Genaro García Luna en el programa de Denise Maerker de que el montaje se había hecho a petición de los medios había dejado entrever. Este documento constituye el único en el que la autoridad acepta que hubo un montaje, por lo que su uso fue importantísimo para los últimos abogados de Cassez quienes vieron en él la oportunidad de mostrar uno de los muchos errores en la impartición de justicia. 

El libro también dedica un capítulo completo a otros escándalos en los que los medios y la AFI se vieron involucrados. Ojo, en varios de ellos salieron airosos. Es decir, el escándalo fue creado para levantar la imagen de las autoridades y de los medios. Algunos de estos fueron el secuestro de las hermanas de Thalía y el desmantelamiento de un laboratorio de cocaína en 2004. Otros menos afortunados fueron el del avión secuestrado con latas de pintura o el de Rubén Omar Romano, sobre el cual con el tiempo comenzaron a surgir muchas dudas. Desafortunadísima fue la serie El Equipo, con la que se pretendía limpiar la imagen de la AFI y terminó siendo más bien una burla. 

Son muchos los puntos de interés de este libro, pero ninguno para mí como el que explica la forma de operar de Televisa como una empresa de comunicación, énfasis en empresa. En el segundo capítulo, Pablo nos cuenta cómo Televisa fue durante muchos años un espacio de enorme crecimiento profesional, donde su trabajo era valorado y reconocido, en el que incluso no importaban los cambios en las cabezas, él siempre podía contar con que su buen trabajo hablaría por él… hasta que finalmente, un 6 de febrero, esto no fue así. Después de revelarse el montaje en el programa de Denise Maerker, a Pablo lo sacaron de la empresa como a tanta gente en este país: sin explicaciones, plantando culpas, pidiendo firmar papeles que contenían mentiras, sin posibilidad de hablar con sus superiores y finalmente, llegado el momento, con intimidaciones. 

Lejos quedaron aquellas pretensiones de formar parte de la gran familia Televisa o de defender el trabajo de un reportero que había traído tantas coberturas exitosas a sus noticieros. Hasta que se reveló todo, la cobertura en el Rancho había sido, de hecho, un éxito. Varios enlaces en vivo mantuvieron la expectativa de millones en casa. Ahora que todo se complicaba, no quedaba más que sacar a Pablo de la empresa y fingir demencia

Para terminar, quisiera volver a las llamadas de aquel 9 de diciembre. Dije que estas llamadas eran habituales para cualquiera que cubriera temas de extrema inmediatez. Todos sabemos que hay que atender “el pitazo”de la autoridad, que hay que correr, que hay que tratar de ser los primeros, que la llamada al jefe para preguntar si vas o no también es para que sepa que sabes del pitazo, porque ay de ti si a los demás les pasaron el dato y a ti no. Todas estas son prácticas habituales. En el trajín del llegar al lugar, de obtener las imágenes, de conseguir la información suficiente para comenzar a hilar una historia coherente que poder pasar al jefe o en este caso, a la audiencia en vivo, nadie pregunta si lo que presentan las autoridades es verdad. 

La prensa escrita en aquella ocasión tuvo la ventaja de poder reportar los hechos sin tener que mostrar efectivamente el montaje, por lo que su participación en este no fue señalada. Pudieron lavarse las manos diciendo “la autoridad dijo”, “la autoridad informó”, “la autoridad señaló”. Nadie es lo suficientemente ingenuo para asumir que cada que atiende a un pitazo o algo más planeado como una conferencia de prensa la autoridad presenta la verdad y nada más que la verdad, pero como reporteros nos conformamos con que sea oficial. 

Hoy que las plataformas digitales nos exigen un ritmo aún más acelerado que el de la televisión en vivo, se vuelve fundamental replantear nuestras fuentes de información, nuestras prácticas y nuestros protocolos con jefes de información y superiores. Hoy más que nunca todo es espectáculo y esto tristemente va acabando con las prácticas fundamentales del periodismo. Son tiempos complicados para los reporteros, a los que todo se les pide rápido, bonito y barato. Nos movemos entre las presiones y agendas de los gobiernos y las exigencias y traiciones de nuestros propios lugares de trabajo. Bien dice Pablo Reinah que si él se hubiera levantado tarde esa mañana, todo esto le habría ocurrido a alguien más, pues cierto es que historias así las atraviesan cientos de reporteros todos los días. 

El reportero no se manda solo, pero ¿qué hacer para no quedarnos solos?

Periódico El Mosquito

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